lunes, 13 de febrero de 2012

43 CUCHARADAS DE AZÚCAR

De entre las innumerables opciones de cine que se lanzan cada año son pocas las cintas que logran trascender en el gusto del público masivo y ponerse de moda. De esas, son todavía menos las que no se limitan a explosiones, diálogos monolineales o carcajadas baratas. Una de las sorpresas de taquilla del año pasado (en EUA, pues) fue The Help de Tate Taylor, un drama bastante ligero sobre la discriminación a la servidumbre en el Mississippi previo a la Ley de Derechos Civiles de 1964. The Help cuenta con un libreto relativamente aguado pero con un reparto por demás maravilloso que le da fuerza a la historia. Eso no quita que en ella el racismo se toma –siguiendo la recomendación de Mary Poppins– con bastantes cucharadas de azúcar. Roger Ebert (mi crítico favorito) acertadamente señala que es “un filme seguro sobre un tema volátil, una fábula para sentirse bien, una historia que involucra dolor pero a la que no le interesa ser demasiado dolorosa.” Sin haber leído la novela de Kathryn Stockett en que se basa la lica, la adaptación, creo, se enfoca en malvados villanos racistas, pero no nos confronta a nosotros mismos como posibles racistas. Escribo sobre The Help porque aunque [como cualquier película semidecente] ni por fregar se ha asomado a los cines locales, ya medio mundo la ha visto en su casa (pidateada, clado) y me parecen particularmente interesantes las reacciones de corazones conmovidos por el racismo gringo anti-afroamericano de los años sesenta, cuando muy pocos aquí se cuestionan el propio. Hace meses, una amiga muy querida me compartió el estatus de Facebook de una conocida suya, mujer casada en sus treintas, ex-estudiante de un colegio católico para mujeres que escribía, entre angustiada y escandalizada, que su “muchacha” le había preguntado si era posible lavar su ropa en la lavadora de la casa. La tipa pedía consejos a sus amigas sobre cómo lidiar con el asunto. Una le escribía que definitivamente no, que no podía lavarse en el mismo aparato la ropa de la familia con la de la sirvienta; otra le recomendaba que lo manejara con cuidado, porque por darle confianza la muchacha se volvería abusiva; otra, que sí (porque si no se le iba a ir) pero que le asignara un día específico en el que no se lavara ropa de la familia, para no mezclar virus, supongo. En otra ocasión, el esposo de una amiga manifestaba abiertamente su desagrado porque su hijo tuviera contacto con el corte de su nana, por lo que la obligaron a usar uniforme. Náusea aparte, no es tan poco común que en las casas de clase media y alta guatemaltecas, las personas del servicio deban mantener por aparte sus platos y cubiertos, ¿o sí? Ni es innegable que la mayoría de indígenas están destinados por su origen y circunstancias a ser peones o sirvientas ¿o sí? ¿No es irónico, entonces, que nos dé tristeza una lica como The Help cuando día a día estamos rodeados de una realidad más trágica que es actual y que sí es nuestra?






Esta fue mi columna semanal No. 43 para Siglo21, publicada el martes 14 de febrero de 2012. El texto publicado en la edición impresa difiere del acá transcrito, por edición del personal del diario. El enlace para el sitio web de Siglo21 es http://www.s21.com.gt/vida/2012/02/14/cucharadas-azucar







1 comentario:

  1. Coincido con usted en esta columna. Solo me queda la curiosidad, ¿qué opina usted del uso del baño aparte como en la película?

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