martes, 23 de agosto de 2011

REGULANDO LA PERFECCION

Por mucho que uno no quiera o hasta lo niegue, la publicidad –incluyendo, por supuesto, la subliminal– nos cala a la gran mayoría. Esas ideas con que nos bombardean a diario nos afectan desde formas tan básicas y obvias como querer comprar determinada prenda porque la vimos en un anuncio o en una vitrina, hasta influenciarnos de maneras más sutiles (pero no por eso menos perturbadoras), convenciéndonos de que debemos tener los brazos tan flacos o tan musculosos como los de el o la modelo que anuncia, digamos, perfumes (no brazos) o el cutis tan impecablemente liso como quien casualmente nos sonríe para que compremos gaseosa o dentífrico. Convencidos entonces de que “así debemos ser”, es casi imposible no reproducir esa lógica, incluso de manera inconsciente. ¿Cuántas vallas callejeras nos presentan modelos con fisonomía que sí podría parecer la de un guatemalteco promedio? ¿Entonces, qué ideal de belleza nos venden? Aunque no hay ámbito que escape de ello (ya lo sabrá la política Roxana Baldetti que de pronto en su publicidad resultó con facciones coreanas) el mundo de la moda es, básicamente, el semillero de todo esto que percibo como nefasto. Hace un par de años, Kate Moss, –muy genuina ella– se echó un comentario que provocó un justificado (y fugaz) debate: “Ninguna comida sabe tan bien como el sentirse flaquita [Nothing tastes as good as skinny feels]”. Independientemente de que no vale tanto la pena satanizar por eso a la Moss (que al final de cuentas vive y [medio] come de ese mundo que la quiere esquelética desde que tenía catorce años), a principios de agosto se publicó la noticia de que una compañía inglesa de playeras para niñas había impreso una con esa precisa frase. La Advertising Standards Authority (Autoridad para Estándares Publicitarios) inmediatamente prohibió su venta, por considerarla perjudicial para la juventud. Un par de semanas antes, la misma institución había denegado la autorización de dos anuncios de maquillaje, uno de Maybelline (con Christy Turlington) y otro de Lancôme (con Julia Roberts), por considerar que las fotografías estaban demasiado retocadas y promocionaban una imagen falsa y exagerada de los resultados del producto que pretendía promocionar, propagando así “un ideal falso e irreal de la belleza, que hace a las mujeres y niñas sentirse mal consigo mismas”, según la parlamentaria Jo Swinson. Aunque no faltará quien diga que esto rebasa las funciones a que debería limitarse un gobierno, este tipo de controles me parecen necesarios, sobre todo en países como el nuestro, en que las grandes mayorías carecen de herramientas para formarse criterios que les permitan ponderar los efectos del consumismo, mucho más hambriento que ellos. Malaya, diría mi abuela.

Esta fue mi vigésima primera columna semanal para Siglo21, publicada el martes 23 de agosto de 2011. El texto publicado en la edición impresa difiere del acá transcrito, por edición del personal del diario. El enlace para el sitio web de Siglo21 es http://www.s21.com.gt/vida/2011/08/23/regulando-perfeccion





lunes, 15 de agosto de 2011

SUPER FASHION, ¿VERÁ?

Tal como de tiempo en tiempo se pone “de moda” un corte específico de pantalón de lona o un estilo de zapatos que todo el mundo inevitablemente se siente obligado a usar, cíclicamente algunas actitudes y comportamientos rebasan los ámbitos íntimos y comienzan a reproducirse a mayor escala, “por moda” (o al menos esa es la primera excusa, la facilona), con o sin conciencia de quien lo reproduce. Y digo, no es que sea algo nuevo salpicar con palabras en inglés nuestro particular estilo de castellano; de hecho, yo mismo originalmente había escrito “jeans” en la primera oración de esta columna y luego regresé a cambiarlo. Y, sin embargo, he notado que esta situación se ha estado agravando de un rato para acá, y pareciera que la mara no se siente “cool” o a menos que hablen como si hubieran crecido en algún barrio bajo de Los Angeles y su madre trabajadora los haya criado amarrándolos frente a Univisión. Me asquea, debo confesar.

Hace unos meses un estudiante guatemalteco de diseño de moda se enfureció cuando le pregunté el motivo por el cuál su colección se llamaba “Fall/Winter”, cuando no pensaba mercadearla fuera de Guate ni iba dirigida a extranjeros que no hablan español. Me llamo retrógrada y me dijo que por gente como yo este país no prospera y que en Guatemala el otoño es una estación perfectamente clara y demarcada. De pronto, varias universidades privadas cuentan con “Business Schools” en lugar de “Escuelas de Negocios” y en la publicidad local es común encontrar “coming soon” sustituyendo al clásico y no tan difícil “muy pronto”. Los nombres de eventos y fiestas a los que sólo invitan guatemaltecos tienen nombres en inglés sin otra razón que…bueno, que esa es la moda y suena mas sofisticado, según ellos. Hace poco se promocionaba una fiesta para apoyar a un cantante que esperaba entrar a un concurso mexicano. “Apoyemos lo nuestro”, decía la invitación, además de asegurar que el chavo “pondría en alto el nombre de Guatemala”. ¿El nombre del evento? Juan Pablo’s Support Party. Cuando le pregunté al organizador el motivo de lo que yo percibí como contradicción, me aseguró que se trataba de una decisión de la diseñadora gráfica. Lo que no me dijo es que él mismo promociona sus “open classes” de canto todos los sábados. Y hablando de cantantes, pues ya vimos que aparentemente el apellido “Roudha” es más interesante que “Rodas” y “Penya” que Peña. En serio, me da reflujo esto. Hasta los chavos de apariencia más sencilla no se escapan de decir “fashion” o “cool”...o “soy su fanS”, aunque esto último sí debo admitir que siempre es un deleite. Es más, sin ir muy lejos, si se van a ver la versión impresa del diario para el que escribo esta columna, podrán darse cuenta que la sección se llama “VIDA FASHIONISTA”…

Pues bueno, en su novela “La Virgen de los Sicarios”, Fernando Vallejo escribe: “Con eso de que les dio a los pobres por ponerles a los hijos nombres de ricos, extravagan­tes, extranjeros: Tayson Alexander, por ejemplo, o Fáber o Eder o Wílfer o Rommel o Yeison o qué sé yo. No sé de dónde los sacan o cómo los inventan. Es lo único que les pueden dar para arrancar en esta mísera vida a sus niños, un vano, necio nombre extranjero o inven­tado, ridículo, de relumbrón.” No dudo que así sea y que esto del lenguaje diario sea un síntoma de lo mismo. No dudo, tampoco, que sea una variación de esa perenne vergüenza por ser quienes somos, esa misma que rebautizó Mateo Flores a Doroteo Guamuch o Juan Carlos Plata a Juan Carlos Puac, ambos, claro, supuestos orgullos nacionales.

Esta fue mi vigésima columna semanal para Siglo21, publicada el martes 16 de agosto de 2011. El texto publicado en la edición impresa difiere del acá transcrito, por edición del personal del diario. El enlace para el sitio web de Siglo21 es http://www.s21.com.gt/vida/2011/08/16/super-fashion-vera



lunes, 8 de agosto de 2011

¡AGUAS...!

Puede ser medio complicado saber qué ponerse en época de lluvia. El hecho de que llueva no necesariamente implica que hace frío, pero una mojada sí requiere, al rato, lo calientito de un suéter, aunque no uno tan grueso que incomode. Por supuesto, da pereza (¿sería de mal gusto decir “hueva” en una columna?) andar cargando trapos por gusto, sobre todo cuando la mara no anda en carro. Lo que yo no entiendo es por qué, siendo una ciudad en la que la mayoría anda a pie, con un transporte público extremadamente deficiente en sus horarios y en la nula comodidad que provee, las botas de hule no son una prenda común. Todos deberíamos tener un par, digo yo. No falta el día de lluvia en que veo a la gente en la calle, con o sin paraguas, con los pantalones mojados hasta media pierna, arrastrando las orillas ya sucias de lodo o con zapatos (y asumo que calcetines) empapados. ¿Y cuántos tendrán acceso a una secadora? ¿O a ropa seca para el día siguiente? No puedo asegurarlo, pero muchas veces he pensado que esto responde a ningunear las botas de hule como simples prendas de albañil o de trabajo “de pobre” que, aunque así sea, nadie quiere demostrarlo, dios guarde. Ya en varias ocasiones he escuchado el comentario y me llama la atención que, otra vez, un prejuicio sin sentido menoscabe el bienestar propio, hasta en algo tan simple como tener los pies secos; y tal vez no sea eso, vaya, y simplemente de verdad gana lo impráctico que puede resultar andar, para arriba y para abajo, cargando un par de botas de hule “por si llueve”, sobre todo con lo irregular del clima y la casi nula certeza de nuestros pronósticos climáticos locales que, desde que era niño, no hay modo que le atinen...En fin, con todo y todo sí le recomiendo, a quien pueda, contar con un par de ellas y un abrigo para lluvia, además. Botas hay desde marcas caqueras (de más de mil dólares, pero no sea burro) hasta simples en el supermercado a cuarenta quetzales. Y abrigos hay buenos y no tan caros y tanto unas como el otro, pueden conseguirse en alguna paca a precios accesibles. Y es que, si a la fuerza hay que soportar, bajo la lluvia, tanto mugre cartel político nublándonos la paz (de paso...), no puedo pensar en nada peor que hacerlo mojado por un aguacero o, peor aún, empapado por uno de esos cafres a quienes les pareces chistoso acelerar el carro en las paradas de bus, aprovechando que nuestras calles parecieran diseñadas para coleccionar lagunas.

Esta fue mi decimonovena columna semanal para Siglo21, publicada el martes 9 de agosto de 2011. El texto publicado en la edición impresa difiere del acá transcrito, por edición del personal del diario. El enlace para el sitio web de Siglo21 es http://www.s21.com.gt/vida/2011/08/09/aguas