De moditas pasajeras, periódicas e ineludibles, ciertamente estamos rodeados. Pasajeras, porque duran de un par de semanas las que menos a un par de meses la que más; periódicas, porque son varias al año, todos los años. Ineludibles, porque...¿necesitaré explicarlo? Y pocos, muy pocos, nos atrevemos, en lo posible, a conscientemente pasar por alto la publicidad que, como bien dice Eduardo Galeano, nos ordena consumir – por más que la economía se lo prohíba a la mayoría. Comenzamos en enero: aunque la tradición del día de reyes es heredada de España, no era común, hasta hace pocos años celebrarla aquí. Ahora, sin embargo, desde que varias panaderías importaron la receta mexicanoide, pues ya es menester comprarla y juntarse con los cuates: Es la moda disfrazada de sabrosa “costumbre” (subrayo lo de “sabrosa”). En febrero es raro quien quede libre de verse forzado a comprar rosas sobrepreciadas, peluches cursis, tarjetas horrendamente melosas o hacer colas enormes en algún restaurante para celebrar el cariño que se le tiene a los amigos, la pareja o la familia. No faltan, tampoco, las depresiones solteronas que duran lo que dura la psicosis del día. Al rato llega la Semana Santa: renta de casas en el puerto, hoteles, fiestas patrocinadas por megaempresas alcoholeras, bikinis, chancletas, ropa de verano. Viene luego el día de la madre y nos ofrecen desde regalos que considero un tanto ofensivos (aunque útiles, supongo...) como planchas y licuadoras, lavatrastos y secadoras, hasta, otra vez, flores que súbitamente subieron de precio mínimo un 100% y, de nuevo, colas ridículas para comer fuera de casa. Llega el día del padre, e igualmente, sin las flores, no falta la publicidad estereotipando a los tatas machosos con corbatas, tacuches, zapatos muy formales, palos de golf e implementos deportivos. Nos saltamos hasta septiembre, cuando llega el feriado de la independencia, que implica que varios menús se vuelven patrióticos, las ventanas de carros y casas se enorgullecen con banderas y, claro, se gasta por el feriado o por los uniformes para el desfile. Ojo, que el que en julio y agosto no haya algo (está la feria capitalina), todo el año se celebran cumpleaños que, cuando menos, implican alguna junta pequeña en que no puede faltar el guaro, sin dejar de mencionar a las típicas madres angustiadas porque su angelito tenga la fiesta más cara y demostrativa (para las demás mamás) sobre cuánto, cuánto quieren al nene. Y vaya si no se vuelve competencia...En octubre está Halloween: parranda y disfraces justo antes del fiambre en noviembre, claro, que implica muchos, muchos suplementos de ofertas con conservas, latas, embutidos finos y, no falta ya, hasta la versión exótica de fiambre tailandés en alguna deli caquera. Fin de año es de fiestas decembrinas que, por lo general, se aprovechan del cristianismo para vender y vender y vender y vender: el ponche para las posadas, tamales, regalos para los más conocidos posibles, convivios, chupes, juntas, estrenos de ropa, la fiesta de año nuevo, las cenas, todo con su consecuente dosis de melancolía, depre o frustración porque la plata no alcanza u orgullo porque hasta sobra... Regresa enero y otra vez el día de reyes, acompañado de mochilas, libros, cuadernos y uniformes. Y así sigue, ad eternum, el ciclo que termina Galeano describiendo como igualador y desigual: igualador en las ideas y en las costumbres que impone, y desigual en las oportunidades que brinda.
hahahaha ame lo del fiambre tailandés! XD
ResponderEliminaryo siempre me he preguntado por qué aqui la gente cree que el verano únicamente dura la semana de Semana santa (valga la redundancia) y dios guarde que usen algo veraniego despues de esas fechas...
o sera que yo soy anormal?
Ufff... qué cansado!
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